Eduvino Mateus
August 11, 1923 — January 16, 2022
Eduvino Mateus nació en las montañas de Santander, en su amada Suaita, Colombia el 11 de agosto de 1923 y dejo de acompañarnos el 16 de enero, dos días antes del cumpleaños de su hijo adorado. Su vida fue un ejemplo de amor, fortaleza, dedicación y optimismo. Amo cada instante de su vida una canción, un tintico, una flor, la sonrisa de sus nietos, un buen libro, su mujercita, y un alazano doble.
Eduvino y Esther fueron sus padres. Compartió sus primeros años de su vida con sus seis hermanos y dos hermanas en Savaneta. Entre una familia con tantos hermanos, él siempre fue un imán de amor, respeto, felicidad y un poco de rebeldía. A pesar del amor por su familia, decidió irse a Bogotá a estudiar. Terminó sus estudios secundarios y aunque su papá quería que fuera médico, él decidió irse por las leyes. Medicina no era la suyo. No le gustaban ni los hospitales y mucho menos la sangre.
Estudió derecho y dedicó gran parte de su vida profesional a la politica. Sus esfuerzos se tradujeron en la Gobernación de Santander que lideró por varios años. Mantuvo su oficina en la Avenida Jimenez hasta antes de venirse a los Estados Unidos. Relligiosamente se levantaba temprano para ir de juzgado en juzgado a supervisar los casos de sus queridos clientes.
Aunque amo el derecho, su pasión fue su finca: La Esmeralda. La Esmeralda estaba en el corazón de Santander en la cima de una montaña. Esta finca fue testigo de las aventuras de sus hijos y sobrinos quienes por las noches con una linterna buscaban insaciablemente el Tunjo, un tesoro que estaba, o está, enterrado en el fondo de una laguna y que permanecerá vivo en la imaginación de todos.
Su compañera de batalla fue su esposita, la Chai, que le acolitó todas sus ocurrencias y chivateos como la changua, la yuca frita, la arracacha, la cola de vaca, y el platano. Su mejoral fue su hijo. El Yukis. Compartieron partidos de fútbol, uno que otro Tour de Francia, paseos a la finca y varios whiskies. No pasaba un día sin hablar con él de política, de la selección Colombia y su futuro futbolítico. Siempre quisieron asesorar a la selección Colombia pero él nunca decidió irse por cuidar el palo de limón que veía desde su ventana. Su gran amor fue su hija, la Cotico. Con ella compartieron una que otra lágrima, muchas emociones y el gran amor por su familia. Los dos tenían una gran facilidad de reir y llorar al mismo tiempo y de amar con todo su corazón. Fue esa sensibilidad que los unió por siempre.
Por su familia, decidió dejar su amada Colombia hace diez años para vivir en los Estados Unidos y ver crecer a sus nietos: Ben, Lucas, Tomás, Mateo y Lela. Ellos fueron sus “dijes”. En sus ojos absolutamente perfectos. Como a sus hijos les inculco el amor por Colombia y sentirse no sólo Colombianos pero berracos Santanderamos.
Eduvino vivió casi cien años pero no fueron cien años de soledad sino de realismo mágico que expresaba diariamente con sus historias, expresiones y dichos cotidianos. El chuntaco, el achise, el juagaga, el sanasana, y sus miles de dichos nos acompañarán en nuestra familia y serán siempre parte de nuestro lenguaje.
Eduvino, el Doctor Mateos, el Señor, o Tito como lo llamaban sus nietos, no sólo fue padre, abuelo, hijo sino una instituación en nuestra familia. El socio de Jaimito, el padrinito de Juan Pablo, el comandante de Chiricuto, el cuña de las Marias, el tío adorado de sus sobrinos y sobrinas, el muchachito de la Muchis, el doctor Mateitus de sus amigos, el hermano pescado de sus hermanas y tanto más que nunca podremos escribir en estas pocas palabras.
Tuvo dos hijos y cinco nietos pero en realidad tuvo muchos más. Su amor fue tan grande que adopto a tantos: la Nanita, la Netica, la Pio Pio, el socio querido, la Nena Cubillos, la niña de mis ojos, sus ahijados, compadres, socios y tantos más queridos amigos y familia que no podremos nombrar porque sólo él se acordara del apodo que le tenía para cada uno de ellos.
No hay palabras suficientes para resumir una vida tan grande y plena como la de Eduvino que nos enseño a disfrutar de cada instante que la vida nos regala. Siempre lo recordaremos con amor y una gran sonrisa.
Damos gracias al Señor por haberlo tenido con nosotros por tantos años.
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Eduvino Mateus was born in the mountains of Santander, in his beloved Suaita, Colombia on August 11, 1923 and left us on January 16, two days before the birthday of his beloved son. His life was an example of love, strength, dedication and optimism. He loved every moment of his life: a song, a black coffee, a flower, the smile of his grandchildren, a good book, his wife, and a double “alazano” (double scotch).
Eduvino and Esther were his parents. He shared the early years of his life with his six brothers and two sisters in Savaneta. Among a family with so many siblings, he was always a magnet for love, respect, happiness and a bit of rebellion. Despite his love for his family, he decided to go to Bogotá to study. He finished high school and although his father wanted him to be a doctor, he decided to go to law. Medicine was not for him. He didn't even like hospitals, much less blood.
He studied law and devoted much of his professional life to politics. His efforts led him to be the Governor of Santander. He kept his office on Avenida Jimenez until he moved to the United States. Religiously, he got up early to go from court to court to supervise the cases of his treasured clients.
Although he loved the law, his passion was his farm: La Esmeralda. La Esmeralda was in the heart of Santander on top of a mountain. This farm witnessed the adventures of his children and nephews who at night with a flashlight insatiably searched for the Tunjo, a treasure that was, or is, buried at the bottom of a lagoon and that will remain alive in everyone's imagination.
His partner in life was his wife, la Chai, who indulged all his jokes and cravings like the changua, the fried yucca, the arracacha, the cow's tail, and the plantain. His “mejoral” or Tylenol, was his adored son, Yukis. They shared soccer matches, one or another Tour de France, trips to the farm, and several whiskeys. Not a day went by without talking to him about politics, the Colombia team, and his soccer future. They always wanted to advise the Colombian team but instead, he chose to take care of the lemon tree he saw from his window. His great love was his daughter, la Cotico. With her, they shared one or another tear, many emotions, and the great love for their family. They both had a great ability to laugh and cry at the same time and to love with all their hearts. It was that sensitivity that united them forever.
For his family, he decided to leave his adored Colombia ten years ago to live in the United States and watch his grandchildren grow up: Ben, Lucas, Tomás, Mateo, and Lela. They were his “pendants”. They were in his eyes, absolutely perfect. Like his children, he instilled in them the love for Colombia and the feeling of not only being Colombians but Santanderiano berracos.
Eduvino lived almost a hundred years but they were not a hundred years of solitude but of magical realism that he expressed daily with his stories, expressions, and everyday sayings. The chuntaco, the achise, the juaga juaga, the sanasana, and their thousands of sayings that will accompany us in our family and will always be part of our language.
Eduvino, Doctor Mateos, Mister o Señor, or Tito as his grandchildren called him, was not only a father, a grandfather, a son but also an institution in our family. The partner of Jaimito, the godfather of Juan Pablo, the commander of Chiricuto, the “cuñi” or brother in law of the Marias, the adored uncle of his nephews and nieces, the “muchachito” of the Muchis, the doctor Mateitus of his friends, the “hermano pescado” or fish brother of his sisters and so much more than we can ever write in these few words.
He had two children and five grandchildren but in reality, he had many more. His love was so great that he adopted so many: Nanita, Netica, Pio Pio, the socio, Nena Cubillos, the “niña de mis ojos”, his countless godchildren, compadres, partners, friends and so many more that we will not be able to name because only he’ll remember the nickname he had for each of them.
There are not enough words to summarize a life as great and full as that of Eduvino who taught us to enjoy every moment that life gives us. We will always remember him with love and a big smile.
We thank the Lord for having him with us for so many years.
Eduvino y Esther fueron sus padres. Compartió sus primeros años de su vida con sus seis hermanos y dos hermanas en Savaneta. Entre una familia con tantos hermanos, él siempre fue un imán de amor, respeto, felicidad y un poco de rebeldía. A pesar del amor por su familia, decidió irse a Bogotá a estudiar. Terminó sus estudios secundarios y aunque su papá quería que fuera médico, él decidió irse por las leyes. Medicina no era la suyo. No le gustaban ni los hospitales y mucho menos la sangre.
Estudió derecho y dedicó gran parte de su vida profesional a la politica. Sus esfuerzos se tradujeron en la Gobernación de Santander que lideró por varios años. Mantuvo su oficina en la Avenida Jimenez hasta antes de venirse a los Estados Unidos. Relligiosamente se levantaba temprano para ir de juzgado en juzgado a supervisar los casos de sus queridos clientes.
Aunque amo el derecho, su pasión fue su finca: La Esmeralda. La Esmeralda estaba en el corazón de Santander en la cima de una montaña. Esta finca fue testigo de las aventuras de sus hijos y sobrinos quienes por las noches con una linterna buscaban insaciablemente el Tunjo, un tesoro que estaba, o está, enterrado en el fondo de una laguna y que permanecerá vivo en la imaginación de todos.
Su compañera de batalla fue su esposita, la Chai, que le acolitó todas sus ocurrencias y chivateos como la changua, la yuca frita, la arracacha, la cola de vaca, y el platano. Su mejoral fue su hijo. El Yukis. Compartieron partidos de fútbol, uno que otro Tour de Francia, paseos a la finca y varios whiskies. No pasaba un día sin hablar con él de política, de la selección Colombia y su futuro futbolítico. Siempre quisieron asesorar a la selección Colombia pero él nunca decidió irse por cuidar el palo de limón que veía desde su ventana. Su gran amor fue su hija, la Cotico. Con ella compartieron una que otra lágrima, muchas emociones y el gran amor por su familia. Los dos tenían una gran facilidad de reir y llorar al mismo tiempo y de amar con todo su corazón. Fue esa sensibilidad que los unió por siempre.
Por su familia, decidió dejar su amada Colombia hace diez años para vivir en los Estados Unidos y ver crecer a sus nietos: Ben, Lucas, Tomás, Mateo y Lela. Ellos fueron sus “dijes”. En sus ojos absolutamente perfectos. Como a sus hijos les inculco el amor por Colombia y sentirse no sólo Colombianos pero berracos Santanderamos.
Eduvino vivió casi cien años pero no fueron cien años de soledad sino de realismo mágico que expresaba diariamente con sus historias, expresiones y dichos cotidianos. El chuntaco, el achise, el juagaga, el sanasana, y sus miles de dichos nos acompañarán en nuestra familia y serán siempre parte de nuestro lenguaje.
Eduvino, el Doctor Mateos, el Señor, o Tito como lo llamaban sus nietos, no sólo fue padre, abuelo, hijo sino una instituación en nuestra familia. El socio de Jaimito, el padrinito de Juan Pablo, el comandante de Chiricuto, el cuña de las Marias, el tío adorado de sus sobrinos y sobrinas, el muchachito de la Muchis, el doctor Mateitus de sus amigos, el hermano pescado de sus hermanas y tanto más que nunca podremos escribir en estas pocas palabras.
Tuvo dos hijos y cinco nietos pero en realidad tuvo muchos más. Su amor fue tan grande que adopto a tantos: la Nanita, la Netica, la Pio Pio, el socio querido, la Nena Cubillos, la niña de mis ojos, sus ahijados, compadres, socios y tantos más queridos amigos y familia que no podremos nombrar porque sólo él se acordara del apodo que le tenía para cada uno de ellos.
No hay palabras suficientes para resumir una vida tan grande y plena como la de Eduvino que nos enseño a disfrutar de cada instante que la vida nos regala. Siempre lo recordaremos con amor y una gran sonrisa.
Damos gracias al Señor por haberlo tenido con nosotros por tantos años.
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Eduvino Mateus was born in the mountains of Santander, in his beloved Suaita, Colombia on August 11, 1923 and left us on January 16, two days before the birthday of his beloved son. His life was an example of love, strength, dedication and optimism. He loved every moment of his life: a song, a black coffee, a flower, the smile of his grandchildren, a good book, his wife, and a double “alazano” (double scotch).
Eduvino and Esther were his parents. He shared the early years of his life with his six brothers and two sisters in Savaneta. Among a family with so many siblings, he was always a magnet for love, respect, happiness and a bit of rebellion. Despite his love for his family, he decided to go to Bogotá to study. He finished high school and although his father wanted him to be a doctor, he decided to go to law. Medicine was not for him. He didn't even like hospitals, much less blood.
He studied law and devoted much of his professional life to politics. His efforts led him to be the Governor of Santander. He kept his office on Avenida Jimenez until he moved to the United States. Religiously, he got up early to go from court to court to supervise the cases of his treasured clients.
Although he loved the law, his passion was his farm: La Esmeralda. La Esmeralda was in the heart of Santander on top of a mountain. This farm witnessed the adventures of his children and nephews who at night with a flashlight insatiably searched for the Tunjo, a treasure that was, or is, buried at the bottom of a lagoon and that will remain alive in everyone's imagination.
His partner in life was his wife, la Chai, who indulged all his jokes and cravings like the changua, the fried yucca, the arracacha, the cow's tail, and the plantain. His “mejoral” or Tylenol, was his adored son, Yukis. They shared soccer matches, one or another Tour de France, trips to the farm, and several whiskeys. Not a day went by without talking to him about politics, the Colombia team, and his soccer future. They always wanted to advise the Colombian team but instead, he chose to take care of the lemon tree he saw from his window. His great love was his daughter, la Cotico. With her, they shared one or another tear, many emotions, and the great love for their family. They both had a great ability to laugh and cry at the same time and to love with all their hearts. It was that sensitivity that united them forever.
For his family, he decided to leave his adored Colombia ten years ago to live in the United States and watch his grandchildren grow up: Ben, Lucas, Tomás, Mateo, and Lela. They were his “pendants”. They were in his eyes, absolutely perfect. Like his children, he instilled in them the love for Colombia and the feeling of not only being Colombians but Santanderiano berracos.
Eduvino lived almost a hundred years but they were not a hundred years of solitude but of magical realism that he expressed daily with his stories, expressions, and everyday sayings. The chuntaco, the achise, the juaga juaga, the sanasana, and their thousands of sayings that will accompany us in our family and will always be part of our language.
Eduvino, Doctor Mateos, Mister o Señor, or Tito as his grandchildren called him, was not only a father, a grandfather, a son but also an institution in our family. The partner of Jaimito, the godfather of Juan Pablo, the commander of Chiricuto, the “cuñi” or brother in law of the Marias, the adored uncle of his nephews and nieces, the “muchachito” of the Muchis, the doctor Mateitus of his friends, the “hermano pescado” or fish brother of his sisters and so much more than we can ever write in these few words.
He had two children and five grandchildren but in reality, he had many more. His love was so great that he adopted so many: Nanita, Netica, Pio Pio, the socio, Nena Cubillos, the “niña de mis ojos”, his countless godchildren, compadres, partners, friends and so many more that we will not be able to name because only he’ll remember the nickname he had for each of them.
There are not enough words to summarize a life as great and full as that of Eduvino who taught us to enjoy every moment that life gives us. We will always remember him with love and a big smile.
We thank the Lord for having him with us for so many years.
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